martes, 20 de noviembre de 2007

México Posible

Era el verano de 2002. Las tardes se me iban entre libros, café en el balcón de mi madre y una insana obsesión por la serie de televisión ER. Era yo un partidazo: 25 años, separado de mi entonces esposa, con colesterol de 500, desempleado, estudiando la prepa abierta y viviendo en casa de mi mamá.
Cuando me separé, a principios de ese año, lo hice convencido de que no me podía dar el lujo, nunca jamás, de hacerle daño a las personas como, sabía o creía, se lo había hecho a esa familia que me acogió en su seno, sin pedir nada a cambio.
Seis meses después, mi único objetivo era regresar al DF para estudiar una carrera que me llevara lejos, lejos de México a una maestría o un doctorado.
Pero mientras eso sucedía, insisto, leía con desgano los libros de texto de la SEP que me ayudarían a terminar un bachillerato que, para entonces, era más un grillete que un peldaño académico.
Uno de esos sábados, de regreso de algún lugar con mi madre, me dispuse a hojear la revista Milenio Semanal que había comprado por la mañana. La noche había caido, Andrea dormía en la habitación de al lado y yo prendía el primer cigarrillo de lo que, esperaba, sería una larga noche en compañía de las letras.
En la portada de aquella revista aparecía una mujer. Una completamente desconocida para mi que hablaba con desparpajo del partido que encabezaba y que buscaba el registro como una opción feminista para el electorado. "¡Qué huevotes!", pensé para mi.
Largas y aburridas habían sido las discusiones que habíamos sotenido Mary y yo respecto al feminismo. Para mi siempre ha sido una cosa más bien práctica, antes que conceptual. Los y las feministas no se crean. No se enseña a nadie a ser feminista leyendo a Rosa Luxemburgo, Simone de Bouveair o las columnas de Marta Lamas y bla bla bla.
Por eso, me pareció extraordinario que, así nomás, alguien se pusiera hablar de llevar el feminismo a la práctica, de insertarlo en la agenda legislativa del país, de trotskismo y de un partido nuevo de izquierda moderna, incluyente que le hiciera ojitos a quienes veíamos en el PRD de AMLO un priismo nacionalista y echeverrista trasnochado.
Entonces pensé: "me gustaría trabajar en este partido".
Seis meses después, con mi certificado de Preparatoria bajo el brazo, diez kilos menos, el colesterol en niveles decentes y un ánimo "adolescentil", regresé a la Ciudad de México dispuesto a conquistar la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México y a, claro, conseguir un trabajo decente.
Un mueblero, amigo de mi familia desde hacía 20 años, me dio la primer oportunidad en febrero del 2003. No sería la última.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Meses

Han pasado ya unos días desde que teclee algo para poner en este espacio. He pensado seriamente, en varias ocasiones, terminar con esta extraña relación que tengo con mi blog y cerrarlo de una vez por todas.
He pensado en continuar con mi versión de la historia de México Posible y de Alternativa y de muchos de sus actores y actrices principales -de opereta, la mayoría.
Luego he estado tentado a darle duro con mis sentimientos para tratar de plasmar en palabras todo eso que la sonrisa de Matías me transmite cada vez que se aparece e ilumina al mundo.
Al final, no he tenido tiempo de hacer ni una cosa ni la otra. Pero, parece, vienen tiempos de reflexión y análisis. De eventos que valen la pena para ser analizados más allá de mis tripas.
Por lo pronto, he decidido mantener este espacio hasta que, por lo menos, termine mi relato de la relación que he sostenido con la socialdemocracia edulcorada mexicana.
Hasta entonces.