sábado, 25 de agosto de 2007

Matías

“¡Se me rompió la fuente!”
El grito de Pamela me despertó a las cuatro y cuarto de la madrugada del sábado 18 de agosto de 2007. Matías había tomado la primera gran decisión en su vida: Había llegado el momento de salir del vientre de su madre.

Luego de limpiar, histéricamente, los charquitos que iba dejando Pamela entre la recamara y el baño, atiné a pedir un taxi, agarrar la cámara de video de Ángel, la de fotos que compramos en una promoción y salir corriendo con todo y Pamela y su centímetro de dilatación al hospital.

A partir de ese momento, cada minuto contaba. Si pasaban ocho horas desde el grito que rasgó el silencio de mis sueños, se corría el riesgo de que Matías contrajera alguna infección.

Una hora después de llegar al hospital, llegó mi suegro. Quince minutos, o algo así, más tarde, mi suegra. Los dos trataron de calmar a Pamela, quien sufría los dolores propios de la vida.

Sin embargo, cuatro horas después, cuando llegó el doctor, aún no dilataba más allá de centímetro y medio. El registro señalaba un peq
ueño descenso del ritmo cardiaco de Mati y muy poca cooperación de las contracciones. Todo indicaba que Pamela no iba a dilatar lo suficiente como para dar a luz de manera natural. Para las nueve de la mañana yo había tomado una decisión que, para entonces, ya era inapelable: cesárea.
Afortunadamente, cuando Vielma volvió a revisar a Pamela, nuestro diagnóstico coincidía.
La ruleta rusa que siguió es inexplicable.

La inmensa soledad de una habitación compar
tida. Las palabras cálidas de mi suegro, que terminaron por quebrantarme. La media hora en el quirófano y el espectacular, radiante y sano llanto de Matías que iluminó para siempre mi corazón en el segundo mismo en que lo sacaron del vientre de su madre.
El resto, es historia. Yo estoy perdidamente enamorado de mi hijo desde hace siete meses, cuando supe que venía. Pero, tras conocer su llanto amable, su comportamiento de caballerito, su inocencia y sana timidez me han terminado de conquistar.

Mi hijo, que duda cabe, es el mejor del mundo…
al menos para mí.
Lo demás, es lo de menos.

Gracias a mi madre por estar a mi lado en este trance. A Alejandra y Raúl por acompañarme en aquellas horas eternas. Y a Pamela por haber traído al mundo al ser más maravilloso que yo haya conocido. A mi hijo.

PD. Extraño a mi padre. A un padre.

jueves, 2 de agosto de 2007

Secuestro

La izquierda está secuestrada por la izquierda. Más allá de determinismos geográficos, ser de izquierda es, últimamente, lo más fácil del mundo. Un semestre en la JFK, seis libros vendidos o, simplemente, autodefinirse de izquierda, le alcanza a cualquiera para agarrar la bandera más cómoda, la más "chic" y mirar a los demás por encima del hombro.
Últimamente, una columna en un diario, un blog, una conferencia de prensa o una curul no ganada con votos, le alcanza a cualquiera para levantar la mano y señalar con dedo flamígero a todos esos no puros que están en contra de "el proyecto plural, incluyente, democrático... bla bla bla".
La peor parte de la resaca "postMuro" es que la izquierda perdió no solo el rumbo y la identidad, sino su control de calidad, por decirlo de alguna manera.
Y no me refiero a las personas que pueden o deben o quieren ser "de izquierda", sino a la calidad de los programas, la militancia, los documentos, objetivos y metas de quienes aspiran a construir un mundo más justo, equitativo y sano para todos.
Hoy, más que nunca, la revisión y relanzamiento de la vieja escuela marxista, pero particularmente su interpretación trotskista, se ha vuelto un imperativo para poderle quitarle la sacarina (o el machete o la demagogia) a todas esas izquierdas enquistads en un sistema político que es, de suyo propio, inservible para proveer justicia social a los que menos tienen.
El desgaste del sistema político liberal es necesario y para eso hay que llevar a sus últimas consecuencias los preceptos de la teoría, en lo que a garantías políticos e individuales se refiere, si realmente se aspira a desmantelar el sistema capitalista algún día.
Una revolución armada no es la opción, no solo por infantil, sino porque dudo que el bombín y las chisteras de nuestros brillantes ideólogos les permita siquiera pensar en ensuciarse las uñas para agarrar un machete, ya no dígamos sostener un revólver.
Pero sobre todo, porque el proceso natural de desgaste capitalista apunta al socialismo, hoy más que nunca. Claro, para eso habría que tener gente educada, militando, expandiendo el conocimiento y no a estas patéticas élites que dirimimos nuestras diferencias a plumazos.
Si, soñar no cuesta nada. Pero la hipocresía pequeñoburguesa se desmantela sola con cada byte que se gastan las luminosas mentes que pretenden conducir un proceso que no les pertenece.
Aunque, claro, lo tienen secuestrado.