viernes, 1 de junio de 2007

Hogar

No puedo sino reconocer que me cayó un Cannes encima. Dos semanas en la Costa Azul francesa, rodeado de bellezas y estrellas de cine, suena casi casi como el paraíso. Y probablemente lo es. Pero no para quienes fuimos a trabajar.
Los damnificados del glamour, nos reconocemos por los ataques de histeria, la neurosis y la profunda sombra gris que enmarca nuestros ojos desde hace días, producto de un cansancio que no se cansa de cansarnos.
Además, está la frustración. La frustración de haber gastado dinero que no se tenía. De haber comido poco. De no haber comprado lo suficiente. Del regalo que se nos quedó olvidado a las orillas del Mediterráneo.
Y para quienes regresamos de ese primer mundo de fantasía, frivolidad y egoísmo, la recontracalcitrante realidad de un país que se desmorona cada minuto que pasa, lo hace todo aún más frustrante e irracional.
Para sonreir, no queda sino voltear al vientre abultado de vida que yace desnudo al lado.
Sí, mi felicidad está encerrada en una bolsa con líquido amniótico.
Y en las poderosas piernas que la cargan.
Mi cotidianeidad cambió. Sé que soy otro después de Cannes. Pero lo importante sigue encerrado en cuatro paredes azules, sin cortinas y tan inclinadas que se corre el peligro serio de caer a cada paso.
Bien pues, ya regresé. ¿Dónde está la cabeza que tiraron hoy?

1 comentario:

Rosalie Bombon dijo...

Me encanta esta entrada. y si, Europa puede ser abrumadora y su glamour dolorosamente cruel, porque real y no tan chanta como el pseudo glamour local! ja! Pero lo esencial sigue en ese vientre!!!!: Cuando nace????????

BESOOOOOS a los tres.

Pati.