domingo, 29 de junio de 2008

¡Maldición!

Cuando era muy niño le iba al América (¡Uf! Por fin, lo saqué del sistema). Me sabía la alineación completa de las Águilas de Zelada, Manzo, Bravo, Ortega, Luna, Brailovsky, de los Cobos, Echanís y Hermosillo.
Después le fui al Atlante, a tal grado que me apersonaba en el estadio Azulgrana cuando los Potros jugaban en Segunda División.
Llegó el Mundial de EU '94 y la euforia volcada en las calles de Reforma me hizo un fiel seguidor de la Selección Nacional.
La debacle de mi afición inició con los torneos cortos y desapareció gracias al Vasco Aguirre y sus cambios frente a Estados Unidos en Corea-Japón 2002.
Sin embargo, el futbol, como entretenimiento, sigue teniendo un resquicio en mi corazón que se inflama cada que la Selección de Alemania juega una Final.
Ayer, perdieron frente a España. Un resultado justo, creo. Alemania no traía defensa y la media se perdió. Así, los teutones no ganan nada porque no tienen creativos. Son una máquina de contundencia que cuando no juega completa, no funciona.
Lástima. Sobre todo porque la comunidad española en México tiene harto que celebrar y mis costillas son, en este momento, carne de cañón.

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